−Buenos días, señor Kuesta.
−Buenas noches.
−Verá usted…
−Veo. Dígame.
−Le digo.
−Y yo le oigo.
−Pues resulta que su hija ha cagao en mi felpudo.
−Esta niña pequeña mía…
−¿Pequeña? Oiga, que su hija tiene ya diecisiete años y es la más alta del equipo de baloncesto. Metro ochenta y siete.
−Es una ricura.
−Cuando incendió mi coche retiré la denuncia. Cuando empezó a organizar botellones en el portal no dije nada. Pero esto… ¿no cree que ha llegado muy lejos?
−Y más lejos que llegará. El otro día la vio un cazatalentos de la eNeBeÁ. En cuanto se haga la operación de cambio de sexo va pa los Leikers.
−¡Pero usted es tonto!
−Tonto es usted, que cree que educa bien a sus hijos.
−Y lo hago.
−Yo les consiento todo. Pueden hacer lo que les salga de los cojones (en el caso de mi hija de los ovarios, pero por poco tiempo). Usted les dice que estudien. ¿Para qué sirve eso? Aprenda de mis hijos: el mayor está en el Aleti y gana una pasta por no mover el culo, la pequeña pa los Leikers y el mediano en Gran Hermano follándose a dos. Cuando sean ricos se acordarán de su papi, que siempre les dejó hacer lo que quisieran.
−Tiene razón. ¡Qué sabio es usted! Ahora veo la luz. Mis hijos serán unos pringaos como yo.
−Pero todavía están a tiempo de cambiar. Todavía pueden robar un banco o hacer algo de provecho.
−¿Estafa inmobiliaria, tal vez?
−Por ejemplo.
−Muchas gracias, señor Kuesta.
−De nada, hombre, de nada. Un último consejo.
−Dígame.
−Me. Coja la zurraspa que mi hija ha dejado sobre su felpudo y déjela en el del cuarto derecha, que es un papanatas.
−¡Pero si es funcionario!
−Pero de los eficientes. Aún quedan unos pocos, por desgracia.
−Gracias por todo. Buenas noches, señor Kuesta.
−De nada. Buenos días, vecino.
Moralejas: Sé un-a hijoputa / hijaputa. Tira la piedra y esconde la mano. Ser bueno/a es ser tonto/a.
(Publicada en los números 16 y 19,5).
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